La chinoise (1967, Jean-Luc Godard)

La chinoise, tanto por su confección formal como ideológica se erige como una obra imprescindible para cinéfilos y estudiosos. Cargada de recursos formales y narrativos sorprendentes, y cuidadosamente puestos al servicio de un Gogard beatamente político, la historia queda relegada a una serie de acciones ligeramente unidas bajo sueños revolucionarios, que se organizan como golpes de cincel a un producto final que requiere un examen minucioso y reflexivo.

Una película indiscutiblemente ligada a su época, rodada y ambientada en 1967, se enmarca en un período de revoluciones sociales, donde la guerra de Vietnam y la de Argelia forman parte del contexto histórico. Fuertemente influenciada por las teorías marxistas-leninistas y maoístas, se compone de una serie de conversaciones de cinco estudiantes franceses que representan cada uno una ideología y tipo de personalidad diferenciadas, y que forman parte de una célula revolucionaria. Se trata entonces de una muestra del radicalismo formal y político que el cine de Godard mostrará en los años siguientes y que, aunque entonces fuesen piezas clave de la modernidad, hoy pueden llegar a parecer avejentadas exposiciones de antropología cinematográfica.

Así, el decimoctavo largometraje del autor nace como una película con una intencionalidad doctrinal clara, aunque el interés de La chinoise como film va mucho más allá del ejercicio panfletario de la ideología maoísta, para llamar la atención sobre la forma en sí y cómo se subordina a las necesidades expresivas del autor. Ésta es una oda a la libertad de expresión y técnica a la hora de filmar, siguiendo el espíritu de la corriente de la Nouvelle Vague.

Parece imposible hablar de la nueva ola francesa sin referirse a Andrée Bazin y a su concepción del cine como algo ontológicamente realista. Con La Chinoise, Godard renunciará a la artificiosidad del sistema clásico evidenciando la narración, de acuerdo con las ideas planteadas desde el modernismo político, poniendo en crisis las tradiciones de representación y experimentando con las cualidades técnicas del medio, la  narrativa, la composición y, sobre todo, el montaje brusco al estilo vertoviano. Pero será esa misma evidencia radical de la puesta en escena la que convertirá su discurso en una enunciación manipulada. No obstante, la mostración de esa manipulación convertirá la película en un ejercicio con un cierto aire documental que jugará con los límites entre la realidad y la ficción, constituyendo así el film, como tal, un discurso tan rico como complejo.

“Para nosotros escribir era rodar”. Un cine, en contra del “cinéma de qualité”, más de directores que de guionistas. Un cine donde en la propia factura se intuye una reflexión sobre la obra en sí como imagen rodada. Hablar de cine y hacer cine convergen en Godard en una misma pieza que sirve de ejemplo a sus propias palabras. Las referencias continuadas, sin duda obsesivas, el sentido musical en la composición escénica, la mixtura entre realidad y recreación, la pulsión enunciativa… son algunas de las características que la convierten en una película sumamente autoral, al estilo del “camera-stylo”, donde Godard deja una huella indeleble en todos los aspectos que componen el discurso fílmico.

Ya al comienzo la película nos advierte “une filme en train de se faire”, lo que demanda al espectador la capacidad de apreciar el film como algo en proceso, una revolución. Defiende el arte con capacidad de expresión y no como simple decoración o pasatiempo, negando el espectáculo burgués del cine. Godard declara en la película la necesidad de una revolución en el arte y la sociedad, y espera hacer su contribución con la revolución de la sociedad desde el arte. Rompe con el estilo clásico tanto a través de la fragmentación del relato como de la teatralidad e improvisación de los actores[1], referencias directas a cámara[2], desubicación temporal y espacial, estética minimalista, citas y consignas en diálogos, paredes e intertítulos o incluso a través de la propia puesta en escena y sus juegos de ventanas, puertas, libros y colores cargados de simbolismo. Son, todos ellos, elementos puestos al servicio de la causa, creando varios niveles de significado en una imagen recargada que deberá ser explorada por un espectador activo, cuya catarsis se eliminará, predisponiéndolo así a abordar la temática de una forma más «racional”.

 “Re-inventar, es decir, mostrar al mismo tiempo que demostrar, innovar al mismo tiempo que copiar, criticar al mismo tiempo que crear.” Godard intentó llevar a cabo un ejercicio de innovación artística, explorando las posibilidades formales para reflejar con maestría el ideario juvenil, subyaciendo una crítica irónica para con los círculos maoístas de la época (formados fundamentalmente por estudiantes universitarios), dejando entrever sus contradicciones no solo políticas o ideológicas, sino también personales. Esto coloca el film como premonitor e incluso instigador de los acontecimientos de Mayo del 68.

En definitiva, se trata de una obra hábil y compleja, al igual que el propio Godard.


[1]  Guillaume, uno de los estudiantes, reconoce en una conversación con el propio cineasta que es un actor imponiendo un punto de vista que se verificará en la escena final que compara y separa La chinoise y Alemania, año cero, de Rossellini.

[2] La cámara llegará a aparecer en un espejo.